La COVID-19 ha acelerado el crecimiento de la economía digital a través de un aumento espectacular del trabajo desde casa, las compras en línea, el entretenimiento digital y los servicios en línea, entre otras áreas. Ideas como la telemigración, en la que personas de diferentes partes del mundo trabajan en oficinas virtuales, podrían haber sonado alguna vez escandalosas. Hoy en día, muchos ya trabajan desde casa a través de la transmisión de vídeo.
Un futuro completamente virtual es quizás improbable, pero estos cambios son un reto fundamental para la organización de las sociedades. Las leyes y reglamentos que rigen el comercio, la fiscalidad, el trabajo y la seguridad social, entre otros ámbitos, se basan en gran medida en estados definidos geográficamente que contienen y regulan nuestras actividades económicas y sociales.
Esto se aplica al orden económico mundial, que consiste en acuerdos entre Estados para gestionar las interacciones entre ellos. Por ejemplo, un régimen internacional regula los servicios en función de la forma en que se prestan, determinada a su vez por el lugar donde se encuentran el comprador y el vendedor. En el caso del comercio de mercancías, las fronteras sirven para aplicar reglas como los aranceles y las normas.
En la fiscalidad, el paso de lo físico a lo digital ha supuesto un gran reto para la legislación fiscal. Del mismo modo, vivir en un país y trabajar en otro sigue siendo un reto burocrático incluso en algunas de las economías más integradas del mundo.
En los últimos años se ha debatido sobre cómo afrontar estos cambios en medio de las continuas transformaciones tecnológicas. A nivel fundamental, nos enfrentamos a dos opciones. ¿La tarea a la que nos enfrentamos es cómo adaptar nuestras normas y reglamentos existentes para dar cabida a estas nuevas tecnologías? ¿O tenemos que pensar en modos de regulación completamente nuevos que rijan nuestras relaciones económicas y sociales en una nueva era tecnológica?
Hasta ahora, la atención se ha centrado en lo primero. En el ámbito del comercio, por ejemplo, los debates se han centrado, a menudo con poco éxito, en cuestiones como decidir si los flujos de datos son comercio, cómo imponemos los aranceles a las mercancías que se comercializan electrónicamente o si un libro electrónico es un bien o un servicio.

Otra posibilidad es pensar en el actual cambio tecnológico como el inicio de un mundo totalmente nuevo. Un mundo que necesita un replanteamiento radical y nuevas leyes y reglamentos que se adapten a la nueva era tecnológica. ¿Pero qué aspecto tendría eso?
Un Bretton Woods digital
Algunos comentaristas han pedido una conferencia de «Bretton Woods digital» para establecer un nuevo régimen de gobernanza mundial para la era digital, que incluya un debate sobre la gobernanza de la inteligencia artificial, los datos, el arbitraje fiscal de las empresas multinacionales y las normas internacionales para medir la economía digital e intangible. James Balsillie, cofundador del Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico, pidió que el Fondo Monetario Internacional (FMI) catalice un nuevo momento de Bretton Woods «para abordar estas nuevas realidades globales como resultado de las fuerzas digitales sin precedentes que están dando forma a nuestro mundo».